LA CADERONA

febrero 24, 2021



Como dos anchas carreteras de Lima, son mis caderas las que roban atención por donde voy y sin ser tan presumida, pero ellas son las que generan envidia en otras féminas carentes de esta parte de cuerpo tan sensual.
Es que nacer con bonitas caderas es un privilegio que se debe agradecer a la madre naturaleza y también a tu genética. Pero en mi caso no es así, así que de niña no sabía lo que estaba pasando en mi cuerpo. En los cumpleaños de mis primos bailaba mientras escuchaba entre susurros como mis tías notaban que me crecían poco a poco las caderas y yo por mi lado ignoraba eso, pero era curioso como lo decían de una manera que me causaban risa.
Hasta que crecí lo suficiente para entender mis curvas y usarlas responsablemente con quien quiera. Porque se siente bien que alguien dibuje todas las líneas de tu cuerpo con una delicadeza con sus dedos. Lástima que ningún hombre lo ha hecho, pero con solo imaginarlo se siente rico.
Rico es bailar des-pa-ci-to para sentir si es que hay una conexión mística entre dos cuerpos en movimiento, dentro de un oscuro salón de luces coloridas y encontrar con quien disfrutar un momento pasional. Las manos se deslizan como si se lanzaran de un tobogán desde mis hombros hasta mis caderas.
Son la tentación de muchos, que alimentan su imaginación con mis curvas y según veo en sus caras pareciera que me comen desnuda sin piedad entre sus pensamientos más prohibidos. Yo no soy dueña de lo que pasa por sus cabezas, solo sigo mi camino con mi movimiento singular y mirada indiferente.

Autora: Santricia




 

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